Un samán crece sobre el
llano abriéndose como un gran paraguas. Pero no es una copa
frondosa, sus hojas se acumulan sobre sus extremos altos. Al final de
sus ramas más livianas, el samán acostumbra a tocar los cielos
antes que ningún árbol. Hasta lo más alto, su tronco, asiento de
una colonia de otras plantas que crecen de su vetusta savia, se
ramifica, y sus ramas menguan hasta hacerse verdes. El samán sombrea
a los otros verdes llaneros, lo mismo a la búfala que a las
alimañas, pero no quita la luz. El samán donde está no abunda,
porque es pastor de ovejas y cuenta muchas historias. Los llanos son
hechos de horizonte, y hasta donde alcanza la vista es vasto de vida.
En la distancia en la que lo grande se vuelve pequeño, se silencia o
enmudece, el samán vigila, y es el lugar del que nacen mil caminos.
Todas las mangas pasan por él, como terminan luego en una laguna.
El árbol de la lluvia... precioso :)
ResponderEliminarEs un árbol que desde que uno llega aquí le llama la atención. Cerca de la casa donde estamos ahí uno de los de muy grande porte, que por la mañana amanece cargado de cotorras cacareándose unas a otras. Y es que en ese rato no paran. Si vamos por el camino con las bicis y miramos al cielo, algunas veces se pueden ver cruzar a vuelo lento una pareja de papagayos que a la luz del amanecer resplandecen con sus vivos colores.
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