sábado, 5 de octubre de 2013

corazón coraza

Debería de estar haciendo sitio en el trastero a unas cajas, para dejar sitio al mueble de mi abuela, para que pueda vivir sin estrecheces la comunidad de vecinos. A casa de mis padres parece que han llegado "las invasiones bárbaras"... Y solo quedan unos días (lo digo así porque prefiero no contarlos). El caso es que tenía que escribir sobre un artículo leído ahora mismo y algo. Algo que ha sido una de las constantes del año, y que no siempre es fácil de concretar. A pesar de que me gusten las palabras, tengo una reacción instintiva a las palabras y frases que orlan la temática solidaria.

Entiendo que si resultan manidas es en realidad por el uso abusivo, vacuo y sin efecto, que en boca de muchos se pronuncia (en éste caso los primeros en la lista serían los políticos, pero son/somos muchos más). Recuerdo aquello de "no pronuncies el nombre de dios en vano" que tanto escuchaba cuando pequeño o veía en alguna película bíblica de las que se ponían en Navidades y Semana Santa. Las palabras tienen una fuerza y un poder innatos que proviene de su uso y evolución, y que puede rastrearse en su origen etimológico. La palabra es la constante del estar en la vida, las diferentes formas de ser, estar, y hacer. De modo que cuando se usa una palabra que tiene un significado y una historia, sin realizarla, por puro parecer, se desgastan y pierden su capacidad de transmitir.

Pero me estoy desviando del asunto... El caso es que he leído un artículo, que me ha empujado a expresar algo relativo a la motivación(es) para una experiencia como la que voy a iniciar en unos días. Una es la inquietud ante mucho de lo que se hace, se ve, se lee y se escucha, la sensación de que no se está conforme con el mundo tal cual está. La sensación muchas veces vivida de que uno envuelto en su rutina, a pesar de dicha inquietud, no está haciendo nada por cambiarla. El constatar que el tomar perspectiva y salirse de dicha rutina, es suficiente para focalizar fuerzas para hacer "un poco" por un cambio (hacia un mundo más justo). Tengo la sensación de que nuestra rutina contemporánea, fundamentada en las máximas de la competitividad y el individualismo radical, nos deshumanizan, nos distancian los unos de los otros, nos vuelven insensibles, suspicaces y desconfiados ("el hombre tecnologizado"). Y la certeza de que no me encuentro en ese camino, y la oportunidad de sustraerme a esa ruina, me permitirá recorrer un camino diferente, de humanidad, solidario y empático, la labor edificante de construir puentes y derribar murallas, empezando por el corazón coraza.



lo que sentí: lo primero que me viene a la mente es que es probable que la primera vez que yo hubiera pasado junto a él, en realidad, con prisas, lo habría mirado con desconfianza y hubiera pasado de largo, apenas con unos tintes de tristeza... la teoría la conocemos, la práctica es otra cosa,... a base de pantallazos de internet y televisión que transcurre entre lo morboso y lo banal, en continua relación con la mentira, es un hecho que nos deshumanizamos, nos volvemos insensible al otro, incómodos al contacto, e incapaces de crear puentes de ayuda mutua... al conocer éste hecho tan cercano, en la misma ciudad, por las mismas calles, de ésta persona ignorada por la misma cotidianidad en la que participo, solo escribo sobre lo que creo que habría ocurrido al cruzarme por primera vez, porque tengo miedo al pensar que hubiera ocurrido en las siguientes ocasiones en que me hubiera cruzado, vergüenza ante la posibilidad de que no habría hecho nada...

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