lunes, 12 de mayo de 2014

el ataque de los pegones

No nos equivoquemos, no es la nueva película de la tercera trilogía de "La guerra de las galaxias", ni una película de peleas en el recreo del instituto. Sucedió el Domingo.

Era un Domingo como cualquier otro. De esos de levantarse un poco o mucho más tarde bien entrado el sol matutino. Había pintado el día anterior un cuartito de la parcela, que estaba un poco roñoso, y tenía ganas de ver el resultado a plena luz del día. Así que al levantarme fue lo primero que hice, antes incluso que el desayuno. La idea era salir lo antes posible para lavar la ropa. Ese lugar se encuentra a unos dos kilómetros y medio campo a través, y es donde más o menos sobrevive la lavadora que nos facilita el tema de tener limpia la ropa. Para eso, después de desayunar metemos la ropa sucia en las mochilas y nos ponemos a andar. Luego, pasamos el día haciendo hasta tres lavadoras, esperando que haya suerte y se seque. En ese lapso hay tiempo para hacer el almuerzo, ver una peli, y hasta dar una cabezadita. Luego volverse varía y depende de las circunstancias.



Pero el caso es que ese Domingo como cualquier otro se trunco como tal muy pronto. Admiraba el cuartito pintado, que parecía como nuevo y daba sensación de limpio, cuando llegó una camioneta que se paró en la cancela. Era una camioneta bien conocida de un compañero de trabajo. Y aunque era Domingo, supusimos pronto que le traían motivos de trabajo. El saludo lo confirmó: unas vacas se habían salido de la cerca y un vecino había avisado. El como responsable tenía que ir a buscarlas. Primero detectando el punto por donde se habían escapado. Como era Domingo y no había prisas al parecer, aceptó la invitación a desayunar. Luego, nos ofrecimos a ayudarle, y eso podía ser un decir (pero al menos tendría conversación).

Una finca no es una parcelita, y las distancias en los llanos pueden confundir como las distancias a la velocidad de la luz (aquí termina el parecido de la historia con "La Guerra de las Galaxias"). Así que lo dicho de "se han escapado por aquí" es relativo. Seguimos la cerca comprobando que no había alambres o estantillos rotos. Y así seguimos un buen trecho. El campo ahora está reverdeciendo, y los paseos vuelven a llamar la atención por los detalles nuevos. Así que lo pasas entre comentario y comentario, con la vista puesta aquí y allá. Claro, sin perder de vista la cerca. Al fin llegamos a una esquina señalada por un gran samán, en donde se encontraba el roto, un tramo de no más de tres metros. Y al mirar en la lejanía, comenzamos a distinguir a las vacas huidas, que pacían tranquilamente fuera de su lugar. Primero se señalaron dos o tres, luego vimos otras cuatro, y un poco más allá, confundidas con el verde y sombra de una linde, otras tantas.



Salimos por el roto y nos dirigimos hacia ellas flanqueándolas en la distancia. Sobre todo, por el problema añadido de que se nos había sumado Tuco a la aventura. Y Tuco es muy frontal a la hora de entender su afición por el pastoreo de rebaños de vacas y búfalos. Si no lo gestionas adecuadamente, el tuco irá cien metros por delante llevando a las vacas hacia el lado contrario del necesario y a un lugar incierto. Según nos acercábamos, íbamos viendo más vacas, y lo que no se esperaba, también búfalos. Al parecer de la persona a la que acompañaba y que era la experta. Los búfalos, habrían sido probablemente los causantes primeros, y las vacas simplemente les habrían seguido después. Al seguir avanzando iban apareciendo nuevos grupos, hasta el punto de que estimamos que algunas podrían estar tomándose tranquilamente ya una cerveza en cualquier licorería de la ciudad. Muy bien se podría decir que en ese momento había más ganado fuera que dentro de la finca (licencia retórica de autor). No parecía terminar el reguero de vacas y búfalos, que invariablemente alzaban la cabeza hacia nosotros con aire tranquilo y bonachón. Guardábamos una distancia prudente para que no se asustaran. No obstante, llegado un punto, a Tuco le dio el telele y se puso a correr para uno de los grupos de vacas. Y por supuesto, fue inútil la llamada a gritos para que se volviera. Un bóxer blanco fogueado en mil batallas se aproximaba a cuatro o cinco vaquitas lecheras. Me temí lo peor.

Pero he aquí que la fortuna nos sonrió. La verdad es que Tuco en los últimos días está un poco cansado. Come poco y Tica está juguetona. Así que su espíritu guerrero lo tiene acotado a la perpetuación de sus genes. El caso es que al acercarse a las vacas dejó de correr y no ladró, quedándose junto a ellas sin hacer nada. En ese momento, la persona que sabía lo que se hacía, comenzó a gritar a las vacas y palmaear para que se pusieran en marcha. A mi me parecía muy pronto para eso. Pero como después me comentó, las vacas se saben el camino de vuelta, y mejor memoria tienen los búfalos. Así que si se les llama, se vuelven sobre sus pasos sin más. Y así fue. Para allá, para el roto de la cerca que se fueron dirigiendo el reguero de bichos, con la misma parsimonia con la que nos habían estado mirando.


Al volver a la finca por ese mismo punto, quedaba arreglar la cerca. Así que volvimos sobre nuestros pasos para recoger lo necesario. Un rato después estábamos arreglando la cerca. Había que poner un estantillo y renovar los alambres del tramo, cinco en total. Y todo fue bien. De vez en cuando un pegón se nos metía en el pelo. ¿Y qué es un pegón?. Es una especie de abeja negra, que tiene ese nombre por lo pesada que es cuando se siente amenazada. Como no pican como sus primas, se te lanzan al pelo para enredarse y hacer mucho ruido. Y claro, por eso se les llama pegones.  El caso es que todo fue medianamente bien hasta que decidimos al final asegurar el alambre al samán. Total dadas sus dimensiones, las grapas ni las iba a notar. Así que nos pusimos a ello. Plin, plan, plun,... y de pronto, uno de nosotros (pelo más largo y rizado) empieza a moverse zarandearse los pelos, momento en el que otro (el que sabía), empieza a correr mientras avisa de que hagamos lo mismo. No hacía falta porque en ese momento ya estábamos todos con los dedos entre los pelos sacándonos pegones y apartando los que hacían fila para meterse de vuelta. Todos nos alejábamos del samán. Era una especie de de "efecto ávatar", la naturaleza se había confabulado contra nostras y toda ella se defendía defendiendo el samán.

Los bichos esos no pican pero molestan lo suyo. Y eso, que a mi pelo me va quedando menos. Luego se nos confirmó que no picaban, pero que muerden aunque no hacen daño. A nosotros no nos mordió ninguno. Como habíamos terminado, tomamos las herramientas acercándonos corriendo al samán y alejándonos en un instante. Se veían los pegones revoloteando nerviosos en torno al árbol en busca de sus víctimas.


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