jueves, 30 de enero de 2014

negar la mayor

No por previsible menos desalentador.

Mientras negaba lo dicho poniéndote por mentiroso a la vista de otras personas, era incapaz de mirar. Pero este no era el único signo evidente de la falsedad de su testimonio: tampoco lo acompañaba de argumentos o rememoraba la situación pasada, simplemente, se afirmaba en la repetición de la mentira. Doscientos y cincuenta bolos, eran doscientos cincuenta bolos. Se le insistía en que no, que eran doscientos, y que se le adelantó la mitad. Pero con la mirada gacha, no tituteaba: doscientos y cincuenta. Lo había dicho delante de testigos días antes en el negocio, doscientos bolos, pero los testigos guardaban silencio. Se empeñaban con un afán afectado en sus tareas. La falsedad flotaba en el ambiente.  De pronto, la señora que en realidad había realizado el trabajo por el cual se discutía el precio, se acercó aceptando el dinero.

Claro está que la cuestión para uno no era el dinero. Mejor resultado habría obtenido reconociendo la verdad, y justificando, de alguna manera, el encarecimiento del trabajo ya pactado. La desvergüenza de negar la mayor y encima dejarte como mentiroso es demasiado. Lo desalentador es lo fácil que resulta mentir. Y eso va un poco en la línea del ahora y el ahorita.

2 comentarios:

  1. Pues a partir de ahora, todo por escrito y firmado ;)

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  2. Así tendrá que ser. Con lo importante que es la palabra!!!

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