Lo que queda por bajar
Era una bajada serpenteante por un camino de curvas muy cerradas, aprovechando los resquicios que la dura pendiente dejaba, y que ya conocíamos del día de la llegada. La previsión era de una hora hasta el río, pero fueron dos, aunque mucha culpa de ello lo tuvieran los momentos retratistas. Y es que el paisaje lo es todo. Al acercarte al detalle, en una primera impresión, te puede parecer pobre, los clastos de pizarra, las briznas de hierbajos de color pajizo; pero lo cierto es que el conjunto es grandioso: el volumen, la masa, las formas, la luz y la sombra, los diferentes velos del aire.
Descenso de Mucusós por "La nariz"
Río Ntra. Señora y confluencia del Mucuchabás
Ya a la sombra, y junto al Mucuchabas, después de cruzar el vado que nos daba paso a la quebrada del mismo nombre, nos sentamos a comer unas arepas de trigo que teníamos preparada desde el día anterior. La bajada había resultado cansada (más, al menos, de lo esperado). Pero como pasa con los calores del verano y los fríos del invierno, que siempre se desea o cree uno preferir el que en el momento no se experimenta, así la subida nos iba a demostrar cuanto tiene de cansada en relación con el descenso. Bien iba a estar por tanto, la parada y la arepa, y esos minutos de más que nos dimos, en un lugar tan mágico, como un vado de un torrente de agua fresca y montana. Aprovechando, además, la circunstancia, antes de ponernos de nuevo en marcha, como no íbamos sobrados de agua, recargamos la cantimplora con agua del arroyo.
Arroyo de Mucuchabás
Junto al arroyo, por su pedregosa margen izquierda, seguimos curso arriba para alcanzar el inicio de la subida del Mucuchabás, un pequeño sendero apenas perceptible, que tiempo atrás sustituyó el viejo camino apto para vehículos rodados con tracción, en la confluencia del arroyo con el Ntra. Señora (Acequias y El Morro ya no se comunican por esta vía). El primer tramo de dicha subida era bien duro, y era del lado de la montaña con exposición directa al sol, con lo que, una vez sumido en el silencio el rumor del torrente, el calor apretó sin descanso. La vegetación era mínima, y la ladera desnuda, pedregosa. La mirada que buscaba el final, la mente que creía encontrarla, las piernas que te llevaban con dificultad hasta ese punto para descubrir que solo era el comienzo de un nuevo final. Siempre, en todas las ocasiones, con avances y descanso cortos. Hasta esa curva, un poco más, aquel rellano es bueno, y descanso, recuperar el aliento, recargar energía y vuelta a empezar. No se cuantas veces a sabiendas de lo contrario, afirmé que aquel último repecho era el cruce hacia la otra vertiente. Tampoco, cuantas veces me pregunté que porque me daba esa paliza. A sabiendas también, que es un gusto alcanzar el final y disfrutar de la recompensa. Recompensa que no es otra que el agua que sabe a gloria, o un colchón que al llegar parecerá de plumas.
Vista de Mucusós desde la ladera del Mucuchabás
Por eso, la cara menos amable del Mucuchabás se fue haciendo de a poquito. Poco a poco se fue suavizando, hasta que en un momento dado, comenzó a equilibrarse y alternar suaves subidas con suaves bajadas, sin llegar a convertirse en un rompe-piernas. Ese tramo tampoco fue corto, o al menos, bastante más largo de lo esperado. Sin embargo, en un momento dado, cuando parecía que nunca daría la cara, al superar (cómo no) un quiebro del camino, apareció al final del paisaje un pequeño pueblo de casitas blancas en ladera. Era Acequias. Momento en el cual, decidimos apurar los últimos tragos de agua. Para llegar una media hora después, cansados pero contentos, y con el paso directo para encontrar un lugar donde refrescarnos. Con la mente puesta en esa gaseosa oscura bien fría (no gusta el reconocerlo, pero es la pura verdad), y que por fortuna resultaron ser tres jugos de parchita bien fríos y otros dos de naranja, totalmente natural. Habíamos llegado a Acequias.
Vista de Acequias cuando se dejó ver
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