viernes, 31 de enero de 2014

navidades merideñas (en los bosques nublados)

Aunque sea dar un salto en la narración merideña, voy a dedicar una entrada a la visita a la tierra de los bosques nublados. Fueron solo dos días en el regreso desde Mérida, pero fueron también muy entretenidos. Bueno, más que entretenidos, lo fueron mojados. Por eso, supongo, lo de nublado; es lo que tiene adentrarse en esos bosques del pie de monte andino. Por cierto, que el pie de monte andino, no son colinas y bajos relieves, son montañas también, lo que pasa que de menos altura que las hermanas mayores. Lo digo, por eso de la cuestión escala y magnitud que ya mencioné en otras entradas.

Piedra fría y los bosques nublados

Veníamos de Mérida y nos bajamos en Barinas, y de allí habíamos quedado para ir hacia Socotó, una larga y recta carretera que transcurre en paralelo al el eje andino desde el llano, dejándo los Andes al Norte-Noroeste. Es por ello que se atraviesan en perpendicular todos los que serán grandes ríos que vierten al Orinoco, cuando todavía son pequeños, recién salidos del interior de las montañas. Son las playas de los llaneros, a los que les queda tan lejos el mar. Aprovechan los arenales que se quedan al aíre con la llegada del verano, para bañarse cada vez que pueden. Vamos, que es una típica excursión de fin de semana, la del baño y el sancocho. Por allí avanzamos en coche dirección a la Piedra Fría, también llamada Piedra del Indio, por la misma razón que la de Antequera española. Un lugar simbólico para los indios que habitaron estas tierras hace siglos, y hoy todavía un lugar misterioso. Íbamos en busca de los petroglifos. Grabados simbólicos con diferentes formas realizados en rocas seleccionadas por su localización y protagonismo en el paisaje. Círculos, espirales, formas antropomorfas y animales señaladas sobre la superficie plana de rocas graníticas. Muchas de ellas localizadas junto a los ríos, y en los mismos ríos, en rocas sobresalientes en medio de su cauce. Nos llevaban unos amigos que conocían bien el terreno y la ubicación de muchos de estos hitos.

Petroglifos

En un punto nos desviamos de la carretera para adentrarnos en el pie de monte, ya por camino de tierra, por subidas y bajadas, pequeñas quebradas, y algunas cancelas de fincas ganaderas. Al llegar a un punto, después de haber visitado una serie de petroglifos, el coche ya no pudo continuar, porque un río y un puente colgante lo impedían. Fue en un lugar próximo en la orilla del río donde acampamos (lugar por cierto no recomendado por ningún manual de superviviencia). Esa noche comenzó a llover, y ya no dejó de llover en todo el viaje. Esa mañana decidimos adentrarnos en el bosque, al otro lado del puente, en busca de otros petroglifos. La lluvia aquí moja como en todos sitios, y por continua moja tanto como la más persistente, pero como la temperatura y humedad es alta, no llega a producir una sensación de frío. Lo que no deja de ser incómodo, por sentir pegado el tejido y resbaladizo el terreno. Andamos y atravesamos riberas, nos descalzamos y seguimos, por cauces y vados, hasta que finalmente, aunque no dimos con petroglifos, sí encontramos unas pozas perfectas para bañarse.

Ribera en un bosque nublado

  

Continuará...


jueves, 30 de enero de 2014

negar la mayor

No por previsible menos desalentador.

Mientras negaba lo dicho poniéndote por mentiroso a la vista de otras personas, era incapaz de mirar. Pero este no era el único signo evidente de la falsedad de su testimonio: tampoco lo acompañaba de argumentos o rememoraba la situación pasada, simplemente, se afirmaba en la repetición de la mentira. Doscientos y cincuenta bolos, eran doscientos cincuenta bolos. Se le insistía en que no, que eran doscientos, y que se le adelantó la mitad. Pero con la mirada gacha, no tituteaba: doscientos y cincuenta. Lo había dicho delante de testigos días antes en el negocio, doscientos bolos, pero los testigos guardaban silencio. Se empeñaban con un afán afectado en sus tareas. La falsedad flotaba en el ambiente.  De pronto, la señora que en realidad había realizado el trabajo por el cual se discutía el precio, se acercó aceptando el dinero.

Claro está que la cuestión para uno no era el dinero. Mejor resultado habría obtenido reconociendo la verdad, y justificando, de alguna manera, el encarecimiento del trabajo ya pactado. La desvergüenza de negar la mayor y encima dejarte como mentiroso es demasiado. Lo desalentador es lo fácil que resulta mentir. Y eso va un poco en la línea del ahora y el ahorita.

martes, 21 de enero de 2014

ahora

Decir ahora, cuando se quiere decir todo lo contrario, que ahora no, más bien luego, es un socorro que evita el disgusto del momento. Aunque todo sea cuestión de tiempo, porque el disgusto se produce por acumulación de ahoras. La costumbre hace que el ahora se vuelva una eterna postergación de la acción requerida: Ahora voy, ahora lo hago, ahora lo llevo, o por frecuente, simplemente ahora. Lo conozco bien, lo sospecho muy latino. Sin embargo, ahora, surge una nueva variante diminutiva, y que de no conocerla, puede llevarte a engaño. Se trata del ahorita. Si señor, el ahorita. El ahorita es un ya vamos, un casi ya, aunque todavía no lo sea. Te da mayores expectativas de progreso, si lo comparas con el ahora. Pero en realidad, muchas veces suele terminar en lo mismo. La diferencia teórica es de bastante más inmediatez, pero en realidad en la práctica no es más que un mayor grado de probabilidades de que el requerimiento se realice en algún momento. Es un matiz importante, y es prueba de un mayor grado de refinamiento en asuntos de postergación. Digamos, ¿una mayor sensibilización?...

Sin embargo, este asunto del ahora y el ahorita, no solo debe tener que ver con el factor tiempo. Y si se ahonda más en la raíz del problema, pueda tener que ver con la dificultad para decir no. Evitar llevar la contraria en una conversación, o en este caso, en algo tan corriente como en un acuerdo temporal. Detectar el ahora o el ahorita, una vez lo reconoces (y en mi caso debo decir que no me ha llevado tiempo, porque lo practico y lo he practicado, aunque reconozca mi debe en la enmienda), te ayuda a sobrellevar la falta ajena y no sentirte a la larga, obviado o ignorado. Peor de no reconocerlo es el expresado con aparente atención y disposición por un oyente, el creer comprendida, aprendida o asumida una cuestión, para darse cuenta de que entró por un oído para salir por el otro. Sí. Ese monosílabo tan parco y breve, y el pobre tan desfigurado, por tantas veces pronunciado, y tanto en vano. Mientras ese no, tan oculto, tan recóndito, tan pocas veces pronunciado, menos escuchado, no solo conserva su sentido, sino que por la fuerza que da la escasez, se ha vuelto para muchos de honesto, insultante.

miércoles, 15 de enero de 2014

la calma

Se nos termina el semestre y se nos quedan cortos los días para terminar la materia. La Navidad se ensanchó, y las fechas de corte, pues eso, se acortan. Hay tarea por delante, pero en estos días se lleva muy bien. El inicio del verano por estas tierras es bastante benigno, la brisa decembrina dio paso a la más intensa brisa ¿enerina?. Así que la mañana que aquí se comienza pronto y por tanto se hace mayor, y la tarde noche, se disfruta de una temperatura que por momentos se asemeja a una primavera temprana. El resto del día, pues bueno, no se puede decir lo mismo. Y las lluvias, ausentes. Por eso seguramente, claro, se habla de la temporada seca. Las pausas en las que uno se sienta a la sombra bajo los soportales de la biblioteca, se agarra un mate y tira de bombilla, observa el llano, todavía verde y lleno de actividades mínimas, la demora es despreocupación. Es verdad que se miran los tobillos, y esas actividades mínimas puedes recorrerlas por las puntadas de las picaduras, que en estas fechas no son zancudas, son gengenes, aunque pican igual.

Aprovecho para recordar un relato de Raymond Carver "La calma" del libro "De qué hablamos cuando hablamos de Amor"

viernes, 10 de enero de 2014

navidades merideñas (la travesía)

El propósito al recorrer Los Pueblos del Sur era conocer lo mejor posible la historia, la cultura y los paisajes de Los Andes más septentrionales. Para ello, la mejor manera es andarlos, de otro modo hubiera sido un pasar de largo. Lo mismo habríamos coleccionado más hitos, hubiéramos pisado más pueblos, pero no habríamos tenido la oportunidad de vivirlos ni un poquito. Así que una mañana comenzamos la primera etapa del viaje a pie, desde Mucusós a Acequias. La verdad es que nadie reconoció haberla hecho a pie, al menos desde hacía mucho tiempo, así que la aproximación en horas para el trayecto no fue fácil; aunque al final la conclusión es que serían cuatro, o a lo sumo, cinco horas, y eso parándose para recuperar el resuello y deteniéndose como buenos turistas. Esa fue la estimación dada por el posadero, y la que nos pareció más reflexionada. No obstante dichos cálculos, vista la solana y sequedad experimentada al mediar el día en aquellas alturas, preferimos salir temprano, sobre las seis de la mañana con la fresquita. A esa hora comenzamos el descenso hasta el río Ntra. Señora.



Lo que queda por bajar

Era una bajada serpenteante por un camino de curvas muy cerradas, aprovechando los resquicios que la dura pendiente dejaba, y que ya conocíamos del día de la llegada. La previsión era de una hora hasta el río, pero fueron dos, aunque mucha culpa de ello lo tuvieran los momentos retratistas. Y es que el paisaje lo es todo. Al acercarte al detalle, en una primera impresión, te puede parecer pobre, los clastos de pizarra, las briznas de hierbajos de color pajizo; pero lo cierto es que el conjunto es grandioso: el volumen, la masa, las formas, la luz y la sombra, los diferentes velos del aire.

Descenso de Mucusós por "La nariz"

Las bajadas también se padecen, sobre todo en las rodillas. Por fortuna, pronto encontramos el alivio de unos bastónes que nos hicimos con las varas de la flor de dos pitas (aquí pitón) ya muertas. En un trecho del camino, esta especie tan peculiar y viajera había colonizado toda la zona. No es la misma variedad que la "almeriense", pero sí muy parecida. Originaria de México, lo mismo hay que contarla también oriunda de Los Andes. Desde luego, y aunque aceptada y apropiada, no lo es de Almería, donde junto con los invernaderos son protagonistas del paisaje (con permiso del esparto). Y bajando y bajando llegamos a Ntra. Señora, tan abajo, que aún aguardaba a la sombra a salvo de los poderosos rayos del sol.

Río Ntra. Señora y confluencia del Mucuchabás

Ya a la sombra, y junto al Mucuchabas, después de cruzar el vado que nos daba paso a la quebrada del mismo nombre, nos sentamos a comer unas arepas de trigo que teníamos preparada desde el día anterior. La bajada había resultado cansada (más, al menos, de lo esperado). Pero como pasa con los calores del verano y los fríos del invierno, que siempre se desea o cree uno preferir el que en el momento no se experimenta, así la subida nos iba a demostrar cuanto tiene de cansada en relación con el descenso. Bien iba a estar por tanto, la parada y la arepa, y esos minutos de más que nos dimos, en un lugar tan mágico, como un vado de un torrente de agua fresca y montana. Aprovechando, además, la circunstancia, antes de ponernos de nuevo en marcha, como no íbamos sobrados de agua, recargamos la cantimplora con agua del arroyo.

Arroyo de Mucuchabás

Junto al arroyo, por su pedregosa margen izquierda, seguimos curso arriba para alcanzar el inicio de la subida del Mucuchabás, un pequeño sendero apenas perceptible, que tiempo atrás sustituyó el viejo camino apto para vehículos rodados con tracción, en la confluencia del arroyo con el Ntra. Señora (Acequias y El Morro ya no se comunican por esta vía). El primer tramo de dicha subida era bien duro, y era del lado de la montaña con exposición directa al sol, con lo que, una vez sumido en el silencio el rumor del torrente, el calor apretó sin descanso. La vegetación era mínima, y la ladera desnuda, pedregosa. La mirada que buscaba el final, la mente que creía encontrarla, las piernas que te llevaban con dificultad hasta ese punto para descubrir que solo era el comienzo de un nuevo final. Siempre, en todas las ocasiones, con avances y descanso cortos. Hasta esa curva, un poco más, aquel rellano es bueno, y descanso, recuperar el aliento, recargar energía y vuelta a empezar. No se cuantas veces a sabiendas de lo contrario, afirmé que aquel último repecho era el cruce hacia la otra vertiente. Tampoco, cuantas veces me pregunté que porque me daba esa paliza. A sabiendas también, que es un gusto alcanzar el final y disfrutar de la recompensa. Recompensa que no es otra que el agua que sabe a gloria, o un colchón que al llegar parecerá de plumas.  


Vista de Mucusós desde la ladera del Mucuchabás

Por eso, la cara menos amable del Mucuchabás se fue haciendo de a poquito. Poco a poco se fue suavizando, hasta que en un momento dado, comenzó a equilibrarse y alternar suaves subidas con suaves bajadas, sin llegar a convertirse en un rompe-piernas. Ese tramo tampoco fue corto, o al menos, bastante más largo de lo esperado. Sin embargo, en un momento dado, cuando parecía que nunca daría la cara, al superar (cómo no) un quiebro del camino, apareció al final del paisaje un pequeño pueblo de casitas blancas en ladera. Era Acequias. Momento en el cual, decidimos apurar los últimos tragos de agua. Para llegar una media hora después, cansados pero contentos, y con el paso directo para encontrar un lugar donde refrescarnos. Con la mente puesta en esa gaseosa oscura bien fría (no gusta el reconocerlo, pero es la pura verdad), y que por fortuna resultaron ser tres jugos de parchita bien fríos y otros dos de naranja, totalmente natural. Habíamos llegado a Acequias. 

Vista de Acequias cuando se dejó ver

miércoles, 8 de enero de 2014

parecidos razonables

Los Andes no son Sierra Morena, como los Llanos del Orinoco no son la Depresión del Guadalquivir. Pero pasando del asombro de la escala y la distancia, la suerte del ser distinto y singular, constatado en el día a día, es inevitable que automáticamente se hagan comparaciones al más mínimo parecido, y si no es por su parecido, pues por su enorme diferencia. El caso es que no se puede evitar. Estando en Los Llanos nos gusta encontrar la proximidad en las expresiones de ambos terruños, cuando se hace evidente que la afición a tirar de tijeras con el lenguaje es algo tan propio, y se va "pallá" y "pacá" con la misma sencillez a un lado u otro (para venir a descubrir luego que un día se llamó Nueva Andalucía y fue poblado con la llegada de los españoles sobre todo por andaluces); del mismo modo ocurre con los calores propios del acá, y los calores extremos del verano del allá, aunque el matiz de la humedad nos haya pasado factura; o también, con la ausencia absoluta de relieves en ambos espacios horizontales, sin final, que hacen expandirse los cielos, y con ellos, los soles. Hasta en las alturas de los Andes hemos encontrado parecidos razonables, por ejemplo con la vegetación. En algún momento de nuestras caminatas, pareció que nos adentrábamos por el matorral mediterráneo de verdes y ocres secos: Lo mismo, al reencontrarnos con el allá, por una travesía montana, nos venga a la boca decir, lo andina que nos resulta Sierra Morena. Pudiera parecer que son claros síntomas de morriña, lo mismo incluso, a los suspicaces, pudiera parecer signo de chovinismo, pero optando por ser más benigno, algo de culpa, pienso, ha de tener la simpatía.

martes, 7 de enero de 2014

navidades merideñas (hasta Mucusós)

Estas Navidades, que lo han sido excepcionales por no encontrarnos en casa, lo han sido también por la oportunidad de conocer otras formas de vivir las fiestas. Hemos tenido además la suerte de que el poco tiempo, la condición de paso, no haya sido problema para compartirlas con personas del lugar. Suerte que le debemos a las personas que nos hemos ido encontrando y a la propia fortuna en la que lo imprevisto y la sorpresa han sido benefactoras de una mejor experiencia.

"El Toro", en Los Andes, una de las cinco águilas blancas.

Después de pasar un mes de Diciembre compartiendo las celebraciones en "Los Llanos", en Guanarito, con los últimos días de clase y la culminación con la comida de Navidad del centro; tras una Noche Buena al aire libre y familiar, partimos como teníamos previsto, hacia Mérida, con la intención de refrescar el fin de año. Ya hemos mencionado el efecto subida por carreteras angostas flanquedas de vegetación frondosa o por viviendas en los escarpes, pendiente abajo en el que no se ve su final, o los escarpes fríos y secos de los páramos. Serpenteando tras muchas horas llegamos a Mérida en la que estuvimos en realidad poco tiempo (el objetivo central del viaje eran "Los Pueblos del Sur"). Poco tiempo que fue aprovechado, tanto a la llegada como el regreso, y en la que paseamos por el centro, entre las plazas, Heroínas, Bolívar y Milla; nos sumergimos en el mercado principal, una suerte de "zoco" de tres plantas repletas de especias, confituras, comidas y tejidos; y tuvimos ocasión de repetir en una esquina unos refrescantes jugos de naranja hechos en el momento. 

"La Plaza Milla", próxima a la posada donde nos hospedamos.

"Los Pueblos del Sur", una región localizada como muy bien indica su denominación al sur de Mérida, son un conjunto de pueblos o aldeas enclavadas en las alturas de Los Andes venezolanos. Próximos quedan los mayores picos de los Andes venezolanos, las cinco águilas blancas: Bolivar, con casi cinco mil metros, al igual que el Humboldt,  Bonpland o El Toro. El poblamiento es disperso, encontrándose a gran altura en áreas aisladas que permiten un cultivo familiar de subsistencia. Una red numerosa de caminos de herradura y rueda unen los diferentes puntos en espirales por las vertientes que son posibles ver a kilómetros. 

Desde Mucusós, red de caminos que unen a las comunidades.

El itinerario planteado se iniciaba en Mérida, y tenía su primera etapa en El Mocho, luego continuaba hacia Acequias, y seguía a San José, donde debíamos volver a Mérida. La idea era recorrer el trayecto montano a pie, aunque finalmente se alternó con todoterrenos, motos o caballos. Es un hecho que aunque uno mire y remire los mapas en "Los Llanos", el terreno en los Andes supera con crece las expectativas -debe ser como preparar una maleta en Agosto en Écija para viajar al Polo Sur-, por mucho que uno se mentalice la realidad "matiza" los planes. Y bueno, eso es un poco lo que ha sucedido con la planificación de las travesías, que son los Andes y no Sierra Morena. 

Croquis del itinerario Mérida-Mucusós (El Morro)-Acequias

Croquis del itinerario Acequias- San José- Mérida

Sabíamos del lugar en el que se tomaban los jeep para subir desde Mérida a los pueblos, en concreto para El Morro. El lugar era en el sector Santa Juana, frente al polideportivo "Padre Bilbao". Pero "el saber" no implica el conocer, y hasta que no se ha catao, es todo una incógnita que no pasa de teoría. De modo que dadas las señas, un taxi nos buscó el lugar de a poco preguntando, y después de pasar por mitad de un mercado ambulante lleno de tenderetes,... de a poco preguntando, encontramos el lugar de partida, que era el principio de confirmación. Allí, con cara de nuevos, llegamos preguntando -cómo no-, y entre pocas palabras y algunas miradas, tras unos minutos de incertidumbre, optamos por un conductor para hacer el viaje tras pactar la carrera. En esta tierra de alturas, si subir es sumar, se suma mucho, pero si al final siempre sale a subir mucho, lo es mucho más, porque en el transcurso también se resta trecho -no se si se me entiende. Me explico por si acaso: antes de subir a las alturas de El Morro, tuvimos que bajar de las alturas medias de Mérida, y entre quebrada y curva, falla de borde y desprendimiento, subimos (sumamos) muchos más, pero también bajamos (restamos), lo que en total quedó en las dos horas de viaje. Entramos en el Morro por una cresta que llaman "el ahorcado", topónimo muy descriptivo, que deja el camino entre la izquierda y la derecha de dos abismos, tras el cual se llega a una bella meseta sobre la que asienta el pueblo. Allí nos esperaba el posadero de la posada "Altamira de Mucumpis". El camino hasta allí había transcurrido por áreas de vegetación arbustiva alternadas con umbrías cargadas de árboles propios de una zona húmeda ¿tropical de altura? (mejor dejo las precisiones científicas para Amparo). La posada se suponía que estaba "a un ratito" del pueblo, que nosotros supusimos asequible a pie. Pero la persona que nos esperaba nos sugirió mejor recorrerlo motorizados según la circunstancias nos permitieran. Y esto fue, Amparo en jeep (gracias al primo del señor que iba para Aricagua), y el que escribe en moto. El ratito se alargó entre curvas más revueltas que las del Alpe Dué del tour de Francia, primero de bajada y luego de interminable subida hasta Mucusós, pedanía próxima de la cual quedaba la posada. El paisaje circundante era de una belleza seca y áspera, que parecía no tocada por el agua, a pesar de las profundas cárcavas de las laderas y las aún más profundas quebradas recorridas por torrentes de agua clara. 

Mucuposada "Altamira de Mucumpís"

Pero antes de llegar a destino (primero llegó Amparo, a la que imaginaba sola y desamparada en un cruce solitario de caminos del páramo), a la moto en que subía se le pinchó una rueda. Consecuencia: bajarse de la moto (por suerte se pinchó de subida, sino la bajada habría sido caída y además habría quedao más lejos), y seguir a pie creyendo que "esa última curva es realmente la última", cuando en realidad ni se sabe cuantas quedaban. Por fortuna, aunque el camino no era ni mucho menos una autopista (el ancho daba para uno y...), pasaban jeeps (que son los que comunican estos lugares). Así que pedí "la cola" y me subí en la ranchera con las maletas detrás de una pick up; así llegué a lomos de toyota para y finiquitar las cinco últimas curvas. Allí no se encontraba la posada, quedaban dos kilómetros por un camino a pie hasta allá; el camino de la hacienda que a cota recorría la ladera a unos 2500 mts. de altura. Por supuesto, "el ratito" había merecido la espera, y lo inesperado, había reforzado la intensidad de la belleza de lo que nos rodeaba. 

La hacienda rehabilitada hoy posada "Altamira de Mucumpis"

En el lugar, una pequeña terraza verde aislada en una aguda pendiente, todo a la vista se situaba en los extremos, la inmensidad de los picos más altos de los Andes venezolanos en contraste con la pequeñez de los distantes caseríos familiares, ambos extremos encontrados en la vastedad y el silencio. En ese universo de escalas, se acercan los puntos cuando se levanta el rastro de polvo levantado por un jeep que es imposible distinguir, o se comunican los silencios cuando suena un cohete que anuncia una paradura en una casa de algún lugar, frente a frente, pero a unas horas de trayecto.

Vista de la hacienda hacia la quebrada de Ntra. Señora

Estábamos en Mucusós, en la posada "Altamira de Mucumpis". Y como quiera que lo de "mucu" se va a repetir mucho, decir que son topónimos que proceden de la lengua de los pueblos precolombinos de la zona, y que significa lugar. Más allá de eso, me parece que poco se sabe, así que lo que sigue suele ser una incógnita. El tema me recuerda mucho a los topónimos atribuidos a los pueblos preromanos de la península, solo que con algunos siglos de diferencia.

El patio central y habitaciones de la posada.

Y como decía, estábamos en un lugar atemporal, fuera del tiempo. Así que, aunque pensábamos quedarnos una noche, finalmente optamos porque fueran dos. Más que nada por disfrutar de los lugares y no encontrarse que el viaje era solo camino sin resuello y lengua fuera. Total, que pasamos un día de tranquilidad apegados a las letras, la acuarela y el paseo. Tuvimos ocasión de acercarnos a la ruina de la vieja hacienda y a otras construcciones que forman parte del complejo, disperso a lo largo de una jartá de hectáreas. La verdad es que la historia del lugar contada por su actual dueño, sonaba salida de Macondo y los Buendía, o del Llano en llamas y Pedro Páramo. Eran recuerdos tan vividos que se armaba la magia de hacerse de alguna forma presente entre el barro y la madera vieja del lugar. Y cuando llegó la segunda noche, igual que la primera, quedamos en torno a la chimenea charlando y tomando chupitos de miche (agua ardiente).









jueves, 2 de enero de 2014

en breve

Volvemos a estar en Mérida. Ya bajamos de los Pueblos del Sur. Como todavía estamos inmersos en la experiencia del viaje, es pronto para alargarse en contarlo. Ha sido en cualquier caso una muy rica experiencia en la que no solo hemos disfrutado de la naturaleza montana, sino sobre todo de la gente y sus tradiciones. Una forma de vida en las alturas, en poblaciones pequeñas y caserios dispersos, separados por caminos difíciles. Nos ha dado tiempo a asimilar la historia pasada con el paisaje, en las huellas que se han conservado y la narración que de ellas ha quedado gracias al empeño de sus propios pobladores. Todo esto, gracias a un proyecto como el de las Mucuposadas de Los Pueblos del Sur, promovido por la fundación Andes Tropicales. En fin, lo dicho, que ahora iniciamos el camino de vuelta a nuestros llanos con energías renovadas. Ya contaremos en profundidad.