Estas Navidades, que lo han sido excepcionales por no encontrarnos en casa, lo han sido también por la oportunidad de conocer otras formas de vivir las fiestas. Hemos tenido además la suerte de que el poco tiempo, la condición de paso, no haya sido problema para compartirlas con personas del lugar. Suerte que le debemos a las personas que nos hemos ido encontrando y a la propia fortuna en la que lo imprevisto y la sorpresa han sido benefactoras de una mejor experiencia.
"El Toro", en Los Andes, una de las cinco águilas blancas.
Después de pasar un mes de Diciembre compartiendo las celebraciones en "Los Llanos", en Guanarito, con los últimos días de clase y la culminación con la comida de Navidad del centro; tras una Noche Buena al aire libre y familiar, partimos como teníamos previsto, hacia Mérida, con la intención de refrescar el fin de año. Ya hemos mencionado el efecto subida por carreteras angostas flanquedas de vegetación frondosa o por viviendas en los escarpes, pendiente abajo en el que no se ve su final, o los escarpes fríos y secos de los páramos. Serpenteando tras muchas horas llegamos a Mérida en la que estuvimos en realidad poco tiempo (el objetivo central del viaje eran "Los Pueblos del Sur"). Poco tiempo que fue aprovechado, tanto a la llegada como el regreso, y en la que paseamos por el centro, entre las plazas, Heroínas, Bolívar y Milla; nos sumergimos en el mercado principal, una suerte de "zoco" de tres plantas repletas de especias, confituras, comidas y tejidos; y tuvimos ocasión de repetir en una esquina unos refrescantes jugos de naranja hechos en el momento.
"La Plaza Milla", próxima a la posada donde nos hospedamos.
"Los Pueblos del Sur", una región localizada como muy bien indica su denominación al sur de Mérida, son un conjunto de pueblos o aldeas enclavadas en las alturas de Los Andes venezolanos. Próximos quedan los mayores picos de los Andes venezolanos, las cinco águilas blancas: Bolivar, con casi cinco mil metros, al igual que el Humboldt, Bonpland o El Toro. El poblamiento es disperso, encontrándose a gran altura en áreas aisladas que permiten un cultivo familiar de subsistencia. Una red numerosa de caminos de herradura y rueda unen los diferentes puntos en espirales por las vertientes que son posibles ver a kilómetros.
Desde Mucusós, red de caminos que unen a las comunidades.
El itinerario planteado se iniciaba en Mérida, y tenía su primera etapa en El Mocho, luego continuaba hacia Acequias, y seguía a San José, donde debíamos volver a Mérida. La idea era recorrer el trayecto montano a pie, aunque finalmente se alternó con todoterrenos, motos o caballos. Es un hecho que aunque uno mire y remire los mapas en "Los Llanos", el terreno en los Andes supera con crece las expectativas -debe ser como preparar una maleta en Agosto en Écija para viajar al Polo Sur-, por mucho que uno se mentalice la realidad "matiza" los planes. Y bueno, eso es un poco lo que ha sucedido con la planificación de las travesías, que son los Andes y no Sierra Morena.
Croquis del itinerario Mérida-Mucusós (El Morro)-Acequias
Croquis del itinerario Acequias- San José- Mérida
Sabíamos del lugar en el que se tomaban los jeep para subir desde Mérida a los pueblos, en concreto para El Morro. El lugar era en el sector Santa Juana, frente al polideportivo "Padre Bilbao". Pero "el saber" no implica el conocer, y hasta que no se ha catao, es todo una incógnita que no pasa de teoría. De modo que dadas las señas, un taxi nos buscó el lugar de a poco preguntando, y después de pasar por mitad de un mercado ambulante lleno de tenderetes,... de a poco preguntando, encontramos el lugar de partida, que era el principio de confirmación. Allí, con cara de nuevos, llegamos preguntando -cómo no-, y entre pocas palabras y algunas miradas, tras unos minutos de incertidumbre, optamos por un conductor para hacer el viaje tras pactar la carrera. En esta tierra de alturas, si subir es sumar, se suma mucho, pero si al final siempre sale a subir mucho, lo es mucho más, porque en el transcurso también se resta trecho -no se si se me entiende. Me explico por si acaso: antes de subir a las alturas de El Morro, tuvimos que bajar de las alturas medias de Mérida, y entre quebrada y curva, falla de borde y desprendimiento, subimos (sumamos) muchos más, pero también bajamos (restamos), lo que en total quedó en las dos horas de viaje. Entramos en el Morro por una cresta que llaman "el ahorcado", topónimo muy descriptivo, que deja el camino entre la izquierda y la derecha de dos abismos, tras el cual se llega a una bella meseta sobre la que asienta el pueblo. Allí nos esperaba el posadero de la posada "Altamira de Mucumpis". El camino hasta allí había transcurrido por áreas de vegetación arbustiva alternadas con umbrías cargadas de árboles propios de una zona húmeda ¿tropical de altura? (mejor dejo las precisiones científicas para Amparo). La posada se suponía que estaba "a un ratito" del pueblo, que nosotros supusimos asequible a pie. Pero la persona que nos esperaba nos sugirió mejor recorrerlo motorizados según la circunstancias nos permitieran. Y esto fue, Amparo en jeep (gracias al primo del señor que iba para Aricagua), y el que escribe en moto. El ratito se alargó entre curvas más revueltas que las del Alpe Dué del tour de Francia, primero de bajada y luego de interminable subida hasta Mucusós, pedanía próxima de la cual quedaba la posada. El paisaje circundante era de una belleza seca y áspera, que parecía no tocada por el agua, a pesar de las profundas cárcavas de las laderas y las aún más profundas quebradas recorridas por torrentes de agua clara.
Mucuposada "Altamira de Mucumpís"
Pero antes de llegar a destino (primero llegó Amparo, a la que imaginaba sola y desamparada en un cruce solitario de caminos del páramo), a la moto en que subía se le pinchó una rueda. Consecuencia: bajarse de la moto (por suerte se pinchó de subida, sino la bajada habría sido caída y además habría quedao más lejos), y seguir a pie creyendo que "esa última curva es realmente la última", cuando en realidad ni se sabe cuantas quedaban. Por fortuna, aunque el camino no era ni mucho menos una autopista (el ancho daba para uno y...), pasaban jeeps (que son los que comunican estos lugares). Así que pedí "la cola" y me subí en la ranchera con las maletas detrás de una pick up; así llegué a lomos de toyota para y finiquitar las cinco últimas curvas. Allí no se encontraba la posada, quedaban dos kilómetros por un camino a pie hasta allá; el camino de la hacienda que a cota recorría la ladera a unos 2500 mts. de altura. Por supuesto, "el ratito" había merecido la espera, y lo inesperado, había reforzado la intensidad de la belleza de lo que nos rodeaba.
La hacienda rehabilitada hoy posada "Altamira de Mucumpis"
En el lugar, una pequeña terraza verde aislada en una aguda pendiente, todo a la vista se situaba en los extremos, la inmensidad de los picos más altos de los Andes venezolanos en contraste con la pequeñez de los distantes caseríos familiares, ambos extremos encontrados en la vastedad y el silencio. En ese universo de escalas, se acercan los puntos cuando se levanta el rastro de polvo levantado por un jeep que es imposible distinguir, o se comunican los silencios cuando suena un cohete que anuncia una paradura en una casa de algún lugar, frente a frente, pero a unas horas de trayecto.
Vista de la hacienda hacia la quebrada de Ntra. Señora
Estábamos en Mucusós, en la posada "Altamira de Mucumpis". Y como quiera que lo de "mucu" se va a repetir mucho, decir que son topónimos que proceden de la lengua de los pueblos precolombinos de la zona, y que significa lugar. Más allá de eso, me parece que poco se sabe, así que lo que sigue suele ser una incógnita. El tema me recuerda mucho a los topónimos atribuidos a los pueblos preromanos de la península, solo que con algunos siglos de diferencia.
El patio central y habitaciones de la posada.
Y como decía, estábamos en un lugar atemporal, fuera del tiempo. Así que, aunque pensábamos quedarnos una noche, finalmente optamos porque fueran dos. Más que nada por disfrutar de los lugares y no encontrarse que el viaje era solo camino sin resuello y lengua fuera. Total, que pasamos un día de tranquilidad apegados a las letras, la acuarela y el paseo. Tuvimos ocasión de acercarnos a la ruina de la vieja hacienda y a otras construcciones que forman parte del complejo, disperso a lo largo de una
jartá de hectáreas. La verdad es que la historia del lugar contada por su actual dueño, sonaba salida de Macondo y los Buendía, o del Llano en llamas y Pedro Páramo. Eran recuerdos tan vividos que se armaba la magia de hacerse de alguna forma presente entre el barro y la madera vieja del lugar. Y cuando llegó la segunda noche, igual que la primera, quedamos en torno a la chimenea charlando y tomando chupitos de miche (agua ardiente).