Ahora sí, entramos de lleno en la
última etapa. Hemos regresado de un viaje
por el Sur y el Oriente de Venezuela. Un segundo viaje que completa
el primer viaje realizado en las navidades pasadas a Los Andes. Sin
duda queda mucho país porque es muy grande y variado, pero hasta
aquí alcanzó la ocasión. Nuestra estancia tenía otro objeto
diferente a la visita turística, y más tiempo dedicado a ello
habría desdibujado esa labor. Así que muy satisfechos por su
justeza y el enorme asombro de cada noche, cada tarde, cada día
empleado en el viaje.
Así es… Una mañana agarras de la
mano izquierda la mochila apostada junto a la puerta, la balanceas
sobre el hombro derecho, te la enfundas a la espalda, te la ciñes y
sales hacia el camino. Detrás queda una puerta y una cancela
cerrada. Es temprano, sobre las seis y media mientras avanzas por la
orilla de la carretera hacia el pueblo atento a un carro que de la
cola o al paso de un mototaxi que te lleve a la terminal. Aquí no
hay planificación posible porque no hay horarios, no se compran los
billetes con antelación, y lo accidental es algo probable. Por lo
que no es inesperado que a falta de previsión, desde el momento en
que una gandola se para para darte cola, pasas por todas las
terminales donde tienes que tomar nueva línea sin hacer alto en una
posada, el recorrido desde el inicio al destino ha llevado
cuarenta y ocho horas. Llega uno aturdido y plácido a descansar y prepararse para lo que sigue.
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