Un paseo por los llanos de los Llanos cuando uno continúa bajo el destello de la novedad, y el desconocimiento lo asiste con el asombro, es algo tan sereno como agradable. Desde el mismo paseo se asiste al crepitar de los rescoldos de la naturaleza, que aquí son todavía llameantes. Entre potreros colonizados por pastos foráneos, como la estrella y el tanner, o locales como la chigüirera, surgen islas del antiguo bosque sabanero, donde todavía menudea la fauna acosada por la actividad desatada del hombre. En los extremos verdes del samán próximo a un mango (también venido de lejos), a unos quince metros de altura, una familia de aragüatos se mueven ágiles de rama en rama ayudados por sus largas colas, y a una distancia prudente se detienen a observarnos, los unos y los otros nos miramos. Próxima hay una laguna que llaman de "los babos", a causa de concentrarse allí gran número de ellos. Son los babos unos medio cocodrilos que abundan en el periodo seco en aquellos puntos donde las charcas aguantan hasta la llegada de nuevas lluvias. Apenas se ven sus pequeñas cabezas sobresalir entre las plantas acuáticas. De pronto, Tuco se lanza hacia la charca y le sigue la Chica, ambos están sedientos y entre el barro se acercan hasta las huellas de búfalos colmatadas de agua. El Tuco va más allá, y quiere además de agua comer; a pesar de que lo llamamos no se vuelve. Al llegar hacia el centro de la laguna solo se le ve la cabeza. En rápidos movimientos parece cazar algún pez. Uno de esos de los que sobreviven entre el agua colada de barro. Para que salga, nosotros seguimos camino.
Hay en estas fechas unas aves muy gritonas, que se dedican a anidar en el suelo. Nada menos. Así que cuando pasas por las proximidades de donde han anidado, punto que uno desconoce. Se lanzan al vuelo y te atacan en picado con toda la temeridad de la que son capaces. Algunas veces se asocian varias parejas, y van ganando altura como los stukas para luego lanzarse en oleada sobre las cabezas de los desconcertados visitantes. Sorprende como en tierra ocupada por búfalos y vacas, aciertan a encontrar el lugar que éstas nunca pisan. Porque es difícil imaginar esos minúsculos huevos al raso sobrevivir tanta pisada de media tonelada mínimo.
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