Hablaba hace un rato de la quietud. De ese espacio interior alejado de los extremos cercados, que pueden serlo de una finca. Son lugares poco visitados cuando se habla de tantas hectáreas de llanos. Apenas se aprecian desde la lejanía de los lugares del día a día, en las márgenes de la carretera. Hablaba hoy de ellos, del corazón que en invierno se anega y se colma de pastos. Hubo caminos que llegaron hasta ellos, espacios que una vez fueron usados y que el tiempo se los llevó. Y es que aquí hay una ley seca, pero se teme más al cielo tronador. Nadie se interna en verano donde en invierno es imposible llegar. ¿Para qué?, ¿al sol?, ¿Qué hay allá?...
Hoy me hablaban de un viejo molino del que antes brotaba agua, y que ya no mueve nada. Allí, desde aquí, parecen menudear los sucesos. Se escuchan historias, pero ya nadie allí las concreta. Se va y viene tanto de un lugar y otro común, y es tan asfaltado, que apenas se deja tiempo para ir por otro lugar. Sí, quizás es un rodeo, y lleva más tiempo, ¿pero no se puede salir un poco antes?. ¿Qué hay en esos otros lugares? Donde no alcanza la vista a ver, de donde en la noche no llegan luces, donde se confunden los contornos hasta parecer que allá no existen.
Las casas no se juntan al río, se allanan junto al camino, más y más, cuanto más ancho y más firme. Se dan la buenas mañanas por la vecindad y la cercanía. Por un lado y otro también basura en los arcenes, despojos de otros pasos, más rápidos, más descuidados. Y no está mal tirar de pedales, ¡Y cómo chirrían esos pedales! Tanta fuerza empleada en sacarle unos pocos metros, siguiendo esa linea blanca hasta llegar a destino. Más rápido y sin tanto saludo, copiloto en un coche, mirando por la ventanilla a un lado y a otro. No es malo, ¿pero siempre?. Rueda, rueda por tu derecha, rueda primero para cumplir con esmero, luego para comer, cumplir comiendo, y luego volver para vivir corriendo. Alguien zanjó la raya en un llano, alguien le puso la piedra, otro lo elevó, y por último, alguien lo puso en firme.
Hablaba hace un rato de la quietud. De ese espacio interior alejado de los extremos cercados que pueden serlo de una finca. Son lugares poco visitados cuando se habla de tantas hectáreas de llanos. Y ya no me aguanta la curiosidad. La curiosidad alcanza más que la vista. Las historias que se cuentan de los lugares que no se frecuentan, por el simple llano de no estar de paso, esconden la belleza de los mínimos sucesos que están aconteciendo. Y quiero visitarlos, aunque me lleve la duda, y no tome siempre el acierto.
Así que decido volverme a pie, entre el pasto, saltando vallas, cruzando canales, sorteando la arbolada. Y allí descubro un zamuro sobre un estantillo, viendo del llano lo que pueda de lejos. Y se deja ver, voy despacio. Salto una valla, alambrada de espinos, porque no recorro caminos, que aquí los corre el diluvio. Voy siguiendo las mangas, unas más claras, apenas ayer los búfalos la siguieron, y otras apenas visibles, en esta estación no la pisaron. Menudean los verdes porque es verano, pero no mueren, se enredan en la espesura seca para no perderse. Allí verde allá crece, un samán, más allá una arboleda sombrea el agua cuando no llueve. Pisadas, cientos de pisadas, se pisan las patas en el lodo firme, quedaron de las lluvias últimas de un tiempo pasado. Quietud. Al fondo un molino, bajo el molino, un abrevadero.
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