El desenlace lo propició un corto en la red. Dos días antes era ya noche cerrada cuando una secuencia de repentinos apagones en la luz del dormitorio y pérdidas de potencia del aire acondicionado, nos dejaron expectantes por si sería o no apagón de larga duración. Nos encontrábamos en los quehaceres propios de quien se dispone a irse a la cama tras una intensa jornada. Así que esperamos unos instantes. Pero en aquella ocasión era diferente porque la pérdida y venida de la tensión no cesaba y se prolongaba más de lo habitual. Miramos fuera y nos dimos cuenta que era algo más. Allá afuera, tras los limoncillos que nos separaban del camino en aquella dirección, saltaban chispas como fuegos artificiales acompañadas de pequeñas explosiones como petardos. En ese momento la expectación se volvió aceleración, y sabíamos algo de lo que teníamos que hacer: apagar todo lo que estuviera encendido. Sobre todo, la bomba que poco antes habíamos tenido que conectar porque no había agua en el tanque. Rápido, rápido, vamos. Mientras nos poníamos los zapatos, buscábamos las llaves, ¿dónde estaban?, ¿dónde las habíamos dejado instantes antes?; buscábamos los frontales, que el que escribe coloca de una manera y la que también cuenta, coloca sobre el picaporte de una puerta que no usamos. Allí estaba la llave, oculta bajo una bolsita, sobre la mesa, y el frontal, allá sí, sobre el picaporte. Justo a tiempo. Se había cortado la luz definitivamente y estábamos a oscuras.
Rápido, rápido, vamos. Se habían levantado unas llamaradas en una parcela colindante, y la noche se había enrojecido tras los limoncillos. Hacia la cancela para abrirla primero de todo. Hace falta agua. Pero se ha cortado la luz y el tanque está casi vacío, además los grifos que surten por simple gravedad no tienen presión. ¡Vecinos!, ¡Vecinos!, ¡Fuego!. El tiempo es fundamental en la temporada seca cuando se trata del fuego. Todo la vegetación está seca, y en la parcela de al lado, nadie se ha preocupado de limpiarla. Parece imposible que un fuego se pueda controlar sin apenas medios. Pero, con tanta vacilación nuestra por lo que hacer, los vecinos llegan antes. Y bien, porque han llegado con un triciclo de transporte y varios tobos para llenar. Por un momento me viene a la mente la imagen sepia de los coches de bomberos del cine mudo. Y bien porque me acuerdo de que la piscina está llena. Los mismos estudiantes que propiciaron que el tanque se encontrara en estos momentos vacíos, fueron los que la llenaron. Y mucho mejor, porque los tobos se pueden llenar rápidamente en la piscina. Avisamos para que con ayuda de los vecinos podamos entre todos llenar y llevar el agua para el punto donde el fuego quiere crecerse. En la misma entrada de la parcela, dos de los cables de tensión eléctrica se han desprendido. Y no sabemos si llevarán corriente. ¡Cuidado con los cables!. Afortunadamente ha quedado espacio para pasar. Bajo el poste donde se ha producido el corte se crece el fuego mientras los vecinos vamos echando agua sobre los diferentes focos. Tenemos que darnos prisa porque si se adentra en la parcela hay pasto mucho más crecido. Tenemos suerte, porque hay experiencia. Los vecinos saben lo que tienen que hacer, y además tienen puntería. La escena se desarrolla a contraluz, apenas se pueden distinguir las caras con los reflejos en la oscuridad del fuego. El fuego va perdiendo terreno y comienzan a escucharse los primeros comentarios. La causa, los motivos, hay que llamar a los técnicos, porque los cables ahí caídos son un peligro. Y van a avisarlos. Se sigue echando agua, es el tercer viaje a la piscina. Hay que asegurarse de que no queda ningún brillo rojo entre las briznas carbonizadas de hierba. Según un vecino, con el aumento de consumo y el recalentamiento de la red, los cables han cedido y se han tocado, y al hacerse el puente se ha producido el corto. Todos recuerdan alguna otra ocasión en la que esto mismo ha sucedido. Pero todos coinciden en que hacía mucho tiempo que no ocurría. Desde que habían instalado nuevos cables en esta zona. Antes por lo visto era muy común. Ahora nosotros también sabemos, que cuando se va simplemente la luz, hay probablemente un lugar en el que esto mismo ha sucedido. Ahora toca esperar a que vengan los técnicos. Hay que esperar. Nos damos las manos con los vecinos, les agradecemos su respuesta como si fuéramos representantes del vecindario. Ha sido la ocasión que ha permitido conocerlos. Algunos los conocíamos de oídas, de algún saludo fugaz de cortesía al paso. Pero no nos habíamos presentado. De pronto ya conocíamos a todo el vecindario. Ahora tocaba esperar. ¿Vendrían a solucionar el problemas? Era Viernes noche y entrábamos en el fin de semana.
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