miércoles, 19 de marzo de 2014

concretando

He andado el ratito que separa donde vivo de donde realizo el voluntariado. Me he hecho un jugo de parchita y me he preparado un bocadillo de queso fresco. Vengo de hablar sobre lo que está siendo la experiencia aquí con el otro lado del charco. Y no he podido, la verdad es que no he podido ser más claro de lo que he sido. Y me ha parecido bastante confuso. No creí tener que preparar nada para ese momento. Pero visto el resultado, estaba visto que sí, algo tenía que haber organizado. Sobre todo cuando me cuesta tanto expresarme en un terreno donde no me gusta llegar a lugares comunes. Así que necesito poner en claro lo que se me ha planteado y he respondido de forma tan enredada.

Voy a comenzar por lo concreto. Estamos en Venezuela que con la mitad de la población tiene más de dos veces el tamaño de España. Y en esa extensión de territorio, donde terminan los Andes, un gigante de dimensión continental, y se extiende el Orinoco, caudal de ese gigante continental, nos encontramos en Guanarito. Un lugar enclavado en Los Llanos, en la margen derecha del río Guanare, afluente de un afluente del propio Orinoco.


Guanarito es cabeza de municipio, y forma parte del Estado de La Portuguesa cuya capital es Guanare, que se encuentra al Norte a una hora en coche por carretera. Al Este se llega a otra ciudad llanera aunque a mucha distancia; al Oeste, a Barinas, capital del estado homónimo; finalmente al Sur, a un trecho queda el Orinoco, y más allá, la Amazonía. Es un lugar por tanto, que forma parte de la periferia, alejado de las áreas del país con mayor densidad de población, el litoral Norte y los Andes. Puede decirse que forma parte de una ancha franja fronteriza con el Sur amazónico. 

En un mapa del país es un pequeño punto, pero haciendo uso del zoom en el google earth se alcanza a ver que tiene un trazado ortogonal. Y si pudiéramos recorrer sus calles, veríamos que esas manzanas están formadas por casas bajas. Y en la mañana, nos podría sorprender su actividad, que lo es de intenso mercadeo. En torno a la Plaza Bolívar, que es el centro neurálgico de la ciudad, todo son tiendas de ropa, fruterías, ferreterías, panaderías, bares, todas en aparente desorden, pero que esconden cierta lógica. También, próximo, se encuentran los cuatro "mercadonas" que aquí llaman genéricamente Chinos. Esos cuatro puntos son los que atesoran en sus estantes destartalados mayor cantidad y variedad de productos. Cantidad y variedad, eso sí, deben entenderse en el contexto.

Es una ciudad bulliciosa, de un bullicio motorizado. El medio de transporte mayoritario es la motocicleta, aunque cuentan que hace un par de años era la bicicleta. Sorprende el contraste entre las abundantes motos de origen chino y los pocos coches, todos de marcas americanas, muchos viejas reliquias, y menos pero significativos nuevos y grandes. La circulación de dichos vehículos es como ver un enjambre de mosquitos sorteando búfalos de muchos caballos y altas cilindradas.  Si en España es la berlingo, y en Portugal es la pick-up, en Los Llanos son las gandolas. Eso son vehículos estándares de todo uso. Claro está, que en proporción decreciente en su número, si lo comparamos con los otros dos países.

Llama la atención en un principio sus vidrios tiznados. Los ves pasar veloces, con esa faz torva y amenazante de cuatro ruedas que parece ser ajena a los de fuera. Los que van en ellos te ven sobre ese medio metro por el que circulan sobre el suelo, pero tú, que vas en bicicleta o a pie, solo vez el negro de sus cristales. Llama la atención también las posibilidades muchas que da una motocicleta para el transporte, la multitud de combinaciones posibles de personas y carga. Una familia al completo, envidia de cualquier funambulista, es capaz de ir al completo, cinco si contamos al bebé, y cargar además, la bombona de gas. Todo ello sobre dos ruedas. Y a dos ruedas un gran descubrimiento son los mototaxis. Menudo socorro para acortar las distancias menos atractivas al paseo. Los mototaxis son caballeros con gafas y chalecos naranjas asociados en cooperativas que colman las calles.

La acera no es la opción prioritaria y se nota. Y aunque el asfalto sí debiera serlo, alejarse de la Plaza Bolívar o la calle principal, lleva consigo adentrarse en una sucesión de pedregal y tierra compactada. El cemento es de una presencia  abrumadora pero envejecida, porque es poco lo que se renueva. Su textura recorre paredes, aceras e innumerables detalles. La piel por la que respira la ciudad y sus arrabales es la del cemento con solera. El lugar común no parece ser de nadie. Aunque las parcelas "vacías" puedan ser invadidas. Por eso no hay molestia ni para barrer bajo la alfombra. Pero tampoco para hacer desaparecer lo después perdido.

El llano se extiende hacia todos los horizontes en Guanarito, y con los llanos el campo que fuera bosque salvaje. Ya no se mira bien el hacha de leñador y de la fuerza empleada para domesticarlo solo queda el machete para mantenerlo a raya. Aquí la tierra no está vencida y reclama y pelea su espacio. Donde no hay árboles hay pasto, y si no hay pasto, cultivos. Donde menudea el samán pacen vacas o búfalos, y si no, abunda el maíz, la yuca, el sorbo, o la caraota, también la patilla o el melón. Si el acto de cultivar es ya en cualquier lugar entrar en el terreno de la incógnita, aquí la certeza de lo que pueda resultar es una quimera. El mejor empeño depende de la disponibilidad.

En Guanarito hay una rotonda, la de la bomba, y en la época de las patillas, se rodea de un mercadillo de patillas. Las patillas que allí llamamos sandías, son ovales el doble de grandes que las del otro lado del charco. Enormes. Después de la única rotonda se encuentra el único semáforo de Guanarito, que da paso en dos manzanas a la calle de los fruteros o verduleros, aunque también próximo monte un tinglao un pescadero y un carnicero cuelgue un cerdo. Por cierto, que los pescados lo son de agua dulce claro, del mismo Guanare.

De todo esto sería hablar de lo concreto. Más o menos de algunas cosas varias, de aquí y allá del lugar, y algunos aprecios. Y por supuesto, no se termina aquí, y ya continuaré. 

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