viernes, 28 de febrero de 2014

carnavaladas

Bueno, bueno, bueno... mucho quehacer. En mitad de Los Llanos son días de Carnaval. Pero siendo que lo es en la ciudad, un poco más allá, no se le siente. Se han sumado los días de carnaval, con el carnaval de los días libres por decreto, y esa suma, en lo que nos atañe, no es menos trabajo. Es más, es más trabajo. Lo es porque cuando llegan los días sin clases, es buen momento parece, para mejor prepararlas. Y como del otro lado del charco quedan algunos deberes, más horas más trabajo merecen. El caso es que aquí estamos atareados.


Para complementar dicha actividad tenemos planteado acondicionar una pequeña huerta donde vayan a parar los plantones de tomate y ajil picante, pintar lo que sea con azul y naranja durazno, cuidar de las gallinas y pasear por el campo con el fiel Blanquito, que se nos sumará feliz seguro. 


jueves, 13 de febrero de 2014

a otras horas, rodeo

De pronto una vaquilla a unos pocos metros y en un lugar que no le corresponde, o de pronto, una llamada dando aviso de que se han visto búfalos a unas horas y en una parcela que no le corresponden. Nos cuentan que una vez en una refriega de búfalos machitos, un perdedor perseguido, atravesó la terraza entrando por la puerta de la cancela, yéndose a empotrar en la puerta del cuarto de baño, donde se quedó atorado durante varias horas, hasta que se logró liberar, primero entrando y destrozando todo el cuarto de baño, para darse la vuelta y poder salir. Por lo visto una noche de hace mucho tiempo, visitaron hasta el campo santo. El caso es que uno de los imprevistos extemporáneos que pueden darse es estar tranquilamente charlando, y de pronto ver uno de esos animalillos y tener que salir corriendo para cortarles el paso primero, e invitarles a volver de donde vinieron, a base de estrategia lobuna de caza en manada. Las primeras veces con poco éxito, hay que decirlo. O por la noche, en mitad de un cultivo alto hasta metro y medio, buscar al bicho evadido, y ver como se iluminan sus ojos en verde al cruzarse con la ráfaga de la linterna. Buscar la forma de rodearle para que se vaya en la dirección pretendida, que suele ser la contraria de la escogida por el animal. Una actividad inesperada, vamos... y muy estimulante.

miércoles, 12 de febrero de 2014

varias cosillas

Hoy pasamos la mañana pintando. Resulta que vienen unos estudiantes de visita para unas prácticas, con lo que repasamos un poco la fachada del sitio donde se van a quedar. La pintura disponible: naranja durazno... Guauuuu! (como diría un técnico que nos visitó para otro taller en los días pasados). Hace un rato que hemos comido, y en un rato nos iremos al centro. Por cierto que hemos acompañado la comida una vez más  de "inmenso" jugo de parchita, el listado de jugos debería de sufrir algunas variaciones, ya que la parchita se posiciona creo a la cabeza, ¡menuo es el jugo de parchita!. Según me comenta el asesor técnico, al otro lado del charco la parchita es una mera planta ornamental de la que se admira la flor, ¡pero no se disfruta su fruto!.

En fin, estamos en tiempos de talleres y cursos, y el pasado fin de semana tocó uno bastante práctico sobre las vacas (día no apto para vegetarianos). Tempranera fue la visita a la sala de matanza que no matadero (nos explicaron la diferencia). Allí con obvias herramientas las vacas dejan de serlo, para ser solo carne. Es un trabajo soprendentemente rápido. Fuimos a por algunos órganos internos de varios individuos para poder realizar la práctica, que se realizaba antes de emplearse con las vivas. Lo dicho, que fue una jornada anatómica vaquera. Se metió mano a más de diez vacas. Después de asistir a dicha jornada, queda para uno descartada la actividad pecuaria. No así la hortícola, en la que nos reiniciamos aquí en destino, con ajiles picantes y tomates.  

lunes, 10 de febrero de 2014

a otras horas, en otros menesteres

Será que el día da para mucho, pero se van acumulando hechos atípicos que no debería dejar de contar en este lugar. Son la mayoría situaciones propias del campo, y por tanto, lo son nuevas. Me he dado cuenta que terminan por no ser mencionadas al encontrarse en los márgenes de la rutina, pero que son muy curiosas. Así que mientras logro hacer un esquema válido de la gran familia del plátano que aquí abunda en tantas variedades (tengo pendiente este asunto en la línea de los jugos), voy a enumerar algo de esas otras horas, en esos otros menesteres.

Uno de estos hitos más recientes sucedió en el edificio de laboratorio. Un espacio apartado del área administrativa y de las aulas.  Colaborábamos con un taller organizado por el IUJO en el que venían estudiantes de otras instituciones para tener prácticas de campo con bovinos. Llegamos para prepararlo temprano, y andábamos organizando la logística, cuando vi una papelera, de estas que hay en las gasolineras, en las que un leve toque sobre la tapadera hace que ésta se abra fugazmente, mediante balanceo. En un momento dado, andaba charlando mientras realicé la operación, creo que más bien por juguetear que por echar nada en la papelera, cuando me pareció ver de reojo algo extraño en el oscuro interior. Es difícil concretar que pueda ser "algo extraño" dentro de una papelera, donde puede terminar cualquier cosa. Pero lo cierto es que la intuición con toda la duda que incorpora, es capaz de encontrar matices donde difícilmente la razón, se atrevería a intervenir. Ante esa fugaz extrañeza, volví a repetir la operación, aunque ante la duda, no con demasiado impulso. De nuevo, algo, esta vez ya pude suponer que un bulto, contrastaba en la espesura. Un tercer intento demostró que no solo se movía la tapadera, ese impulso provocaba otro movimiento que no era de la tapadera. Finalmente, y para que la persona que había estado hablando conmigo, no pensara que padecía de un tic, o sospechara que me faltaba una tuerca, exclamé, ¡ahí hay algo!, que se acompañó con un último impulso sobre la tapadera con un "¡ahí hay una lechuza!". Al terminar la exclamación, y para no dejar mostrar mayor impresión en un contexto tan llanero, me dispuse con calma a levantar la tapadera. Con determinación y pausa, como para demostrar lo dicho, y no para apaciguar mi propia curiosidad. Allí estaba. Era un mochuelo, que bien pudiera ser, tan cerca, un águila imperial por su tamaño. Abiertas las alas, y supongo, profiriendo insultos en su lengua. Algo así como: uaghhh, uaghhhhh. (según una de las presentes parecía la voz de Darkvaider). El caso es que había que sacarlo antes del inicio del taller, y para continuar con la pausa de quien no se vio sorprendido, fui en busca de un palo para sacarla de allí. Y con el palo, la intententé levantar, pero se ve que no con mucho suerte y menos convicción, porque tras varios intentos, una persona que allí se encontraba con bastante más experiencia en estas y otras muchas circunstancias, agarró el palo, y y en dos palazos, logró que la lechuza saliera, y se marchara rumbo a otro escondite. Y poco a poco se fue descubriendo algo más la historia.

Hacía tres días habían recuperado, en el mismo lugar, una zona de aseos desde hace tiempo en desuso, y para ello habían tenido que desahuciar a una familia de lechuzas, que habían encontrado acomodo en el lugar. Debo recordar, o mencionar si no lo he dicho antes, que estos edificios de una única planta, pero de altas cubiertas de madera y teja, soportada por vigas de acero en limpio, no están selladas, sino que conservan aberturas para permitir la ventilación. Claro está, que con la ventilación, invitan no solo a la brisa, sino a la importante fauna llanera. a buscar un refugio confortable. Pues bien, el caso es que no sin dificultad y resistencia, se logró expulsar a las lechuzas. La madre voló con toda su envergadura (que de cerca, con su pico y sus garras, es una amenaza), y sus mochuelos ya creciditos, salieron empujados por la puerta. Ni que decir tiene, que siendo aún abundantes, y asociados a la noche, para muchos no son merecedores de un sentimiento, digamos, doméstico (por seguir con el tema del hogar).

Nota: Cierto asesor científico muy próximo, me informa que mochuelo, no es como yo pienso, una cría de este tipo de pájaros, es una especie. De todas formas, para no hablar de lechucitos o lechucitas, y como lo tengo muy interiorizado, confío en que se sobrentienda, y valga la correción a posteriori

lunes, 3 de febrero de 2014

la buseta

La terminal de autobuses de Guanare parecía un mercado, busetas de todos los colores, tuneadas al gusto, con alusiones religiosas, o revolucionarias, puestos de tostones y arepas, un chico vendiendo pan, otro agua, y los viajeros apresurados, cruzándose con los voceros que anuncian la salida y ofrecen los últimos asientos. !Barinas para salir!, ¡Aricagua!, ¡dos asientos!,... Un ritmo frenético de gentío por todas partes. De pronto un vocero que anuncia a Guanarito. Por allá, por allá. ¡Y qué colorida la buseta de Guanarito!, esa que nos trajo el día de nuestra llegada desde Guanare, con puertas y ventanas abiertas a toda velocidad, y con la música llanera de cuatro y joropos a todo volumen. La amplitud de esos amortiguadores que repiten el son de la carretera, que de cada bache hacen cuatro que sube y baja. Póngase un ritmo de son, la voz de Celia Cruz y la orquesta matancera con su coro de trompetas, acompañada por todos sus avíos, que dice así: Caballeros, cómo está el mundo, no se puede viajar tranquilo. Si no quiere morir de un susto, no se monte en un autobús. Empieza el mambo le dije abuelo, empieza el mambo del conductor, la gente quiere agarrar parejo y te convierten en un tambor... ¡Ay! que me voy a desmallar. Le cambias el Guagua por la buseta y ya estás cruzando las extensiones venezolanas que se ensanchan hacia todos lados desde la ventanilla abierta: pastos salpicados de mangos, samanes y tecas. Todo tiene sus ventajas e inconvenientes, o no hay nada que no tenga, como poco, un algo incompleto o parcheado. Si elijes entre los asientos, todos algo más estrechos que una espalda normal, siempre puedes encontrarte con el respaldar, que no estando soldado, se vence en cuanto te recuestas, y si elijes la cola, entonces, pues tendrás que arreglarte entre cinco, un rato uno recostado y otro sobre los codos del asiento de adelante. Mientras, sube y baja, un poco por la izquierda, un poco por la derecha, la ventolera con su cha, cha, cha en las orejas, y la música entreverada con ella. Y los últimos que llegaron, los que se montaron empezado el trayecto, mientras la buseta hacía de coche escoba, esos en pie mientras nadie se baja. ¡Ay!, que me voy a desmallar.