Las Dos Torres del Silencio las
vimos de lejos y a contra luz desde el gran bulevar. Nos contaron que para su
construcción terminaron con todo el centro colonial de Caracas. Supusimos que
por vergüenza ante tal hecho, no se atrevieron a adjudicarles más nombre que el
del silencio.
El Bulevar ocupa el ancho de una antigua avenida convertida en
una gran alameda ajardinada, cuyo centro lo constituye quizás el Parque
Central, el más antiguo de los parques, y en el que se aprecia ya la era del
hormigón como estética. El Paseo de la Caoba es así gris además de sombreado,
la humedad se materializa en el oscurecimiento de tanto cemento a la vista.
En
el paseo se puede ver una columna de la que el gesto de la revolución descabalgara el peso de Colón, en una evidente confusión con la historia.
El bulevar además de actual centro de Caracas es un eje que señala la forma y crecimiento
de la urbe, una oculta longitudinal desfigurada por los atropellos del progreso
en la pobreza, de los grandes barrios de ranchos caraqueños.
La historia no se
borra, aunque la afee el petróleo. Así es posible también reconocer la obra de
un dictador en sendas arquitecturas neoclásicistas en dos museos en dicho
parque, o atisbar los tiempos coloniales en el islote conservado en una antigua
estancia cafetera, hoy centrada en la nueva Caracas, y en tiempos, rodeada del
verde del valle.
Aunque no entráramos, promete su belleza el parque botánico,
bosque de árboles tupidos que cubren
unas enigmáticas colinas.
Ese mismo verde todavía es posible disfrutarlo
ascendiendo el Ávila, lugar desde el que se puede ver lo imposible,… toda la
ciudad. Y, al menos, hacerse una equivocada idea de lo que es Caracas. En ese
itinerario concurrido, cruzarse con el abalorio atlético, musculado o
siliconado que sube y baja la pendiente ensanchando los caminos, para lo que es
recomendable fajarse del reflejo solar con unas lentes oscuras. Para el
descanso y una vez descendido al regreso, no se puede prescindir de una cocada con
leche fría bien refrescante.
El Parque del Este está cuidado y dotado de mucha
actividad, y tiene un completo conjunto de espacios donde conocer la fauna más
importante del país: serpientes, aves, monos, incluso un jaguar. Tampoco allí,
junto a un barco varado que trajo la emancipación, se puede prescindir de un
chocolate frío de buen chocolate.
La noche, mientras nos retirábamos a la
terminal de la que saldríamos de la gran Caracas, nos deparó la sorpresa, al
ver el barrio más grande de Latinoamérica, El Petare, iluminado como un clan
infinito de constelaciones que señalara las alturas en las que se elevan los
espacios de la miseria.
https://www.flickr.com/photos/eduardoschlageter/6996675232/
http://www.terra.com.ve/actualidad/articulo/html/act2982815-petare-quiere-dejar-de-ser-el-barrio-mas-peligroso-de-caracas.htm
Con todo, esta segunda visita
dejó una más amable faz de Caracas que la primera, sublimada por una creciente
inseguridad y violencia, que es pareja claro, a la también creciente
marginalidad de la pobreza, mayoritaria ciudadanía.
Así podríamos llegar al comienzo
de esta jornada cuyo recorrido aquí he descrito, en la Plaza de Altamira, a los
pies del obelisco que preside el espacio, hay una efigie de la Virgen, de advocación me dijeron
que Milagrosa. Bajo ella se encuentra una cruz formada en el suelo por hojas impresas con la
fotografía de los fallecidos en las jornadas de protestas callejeras en los
choques entre manifestantes y guarimberos y fuerzas oficiales y oficiosas del
gobierno. La formaban nombres de uno y otro lado, y los de ningún lado, que
solo tuvieron la mala fortuna de estar en medio. Diría de hecho, que un número
significativo de ellos fue de estos últimos. A la derecha de esta improvisada
cruz, una manta recogía los casquillos -creo, de los cartuchos de gases
lacrimógenos lanzados en las refriegas. Parece evidente, por la cruz que se
extiende al lado, que falta mucho plomo en esa selección.
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