lunes, 28 de julio de 2014

las dos torres del silencio

Las Dos Torres del Silencio las vimos de lejos y a contra luz desde el gran bulevar. Nos contaron que para su construcción terminaron con todo el centro colonial de Caracas. Supusimos que por vergüenza ante tal hecho, no se atrevieron a adjudicarles más nombre que el del silencio. 

El Bulevar ocupa el ancho de una antigua avenida convertida en una gran alameda ajardinada, cuyo centro lo constituye quizás el Parque Central, el más antiguo de los parques, y en el que se aprecia ya la era del hormigón como estética. El Paseo de la Caoba es así gris además de sombreado, la humedad se materializa en el oscurecimiento de tanto cemento a la vista. 

En el paseo se puede ver una columna de la que el gesto de la revolución descabalgara el peso de Colón, en una evidente confusión con la historia. 

El bulevar además de actual centro de Caracas es un eje que señala la forma y crecimiento de la urbe, una oculta longitudinal desfigurada por los atropellos del progreso en la pobreza, de los grandes barrios de ranchos caraqueños. 

La historia no se borra, aunque la afee el petróleo. Así es posible también reconocer la obra de un dictador en sendas arquitecturas neoclásicistas en dos museos en dicho parque, o atisbar los tiempos coloniales en el islote conservado en una antigua estancia cafetera, hoy centrada en la nueva Caracas, y en tiempos, rodeada del verde del valle. 

Aunque no entráramos, promete su belleza el parque botánico, bosque de árboles  tupidos que cubren unas enigmáticas colinas. 

Ese mismo verde todavía es posible disfrutarlo ascendiendo el Ávila, lugar desde el que se puede ver lo imposible,… toda la ciudad. Y, al menos, hacerse una equivocada idea de lo que es Caracas. En ese itinerario concurrido, cruzarse con el abalorio atlético, musculado o siliconado que sube y baja la pendiente ensanchando los caminos, para lo que es recomendable fajarse del reflejo solar con unas lentes oscuras. Para el descanso y una vez descendido al regreso, no se puede prescindir de una cocada con leche fría bien refrescante.



El Parque del Este está cuidado y dotado de mucha actividad, y tiene un completo conjunto de espacios donde conocer la fauna más importante del país: serpientes, aves, monos, incluso un jaguar. Tampoco allí, junto a un barco varado que trajo la emancipación, se puede prescindir de un chocolate frío de buen chocolate. 

La noche, mientras nos retirábamos a la terminal de la que saldríamos de la gran Caracas, nos deparó la sorpresa, al ver el barrio más grande de Latinoamérica, El Petare, iluminado como un clan infinito de constelaciones que señalara las alturas en las que se elevan los espacios de la miseria.

https://www.flickr.com/photos/eduardoschlageter/6996675232/

Antes, al atardecer, sorprendió también ver desde una autovía interna, de las que comunican los extremos de la ciudad, los funiculares que conectan algunos barrios de la periferia elevada, densificada y en pendiente donde reside la pobreza más pobre con la urbe más llana. En un alto de una montaña oculta por un caserío de dados de vigas de concreto improvisado y ladrillo huero al que no se le adivina las angosturas de sus callejones, en lo alto, un gran edificio moderno terminal de dos cables de funicular que subían y bajaban por encima de los tejados.

http://www.terra.com.ve/actualidad/articulo/html/act2982815-petare-quiere-dejar-de-ser-el-barrio-mas-peligroso-de-caracas.htm

Con todo, esta segunda visita dejó una más amable faz de Caracas que la primera, sublimada por una creciente inseguridad y violencia, que es pareja claro, a la también creciente marginalidad de la pobreza, mayoritaria ciudadanía.

Así podríamos llegar al comienzo de esta jornada cuyo recorrido aquí he descrito, en la Plaza de Altamira, a los pies del obelisco que preside el espacio, hay una efigie de la Virgen, de advocación me dijeron que Milagrosa. Bajo ella se encuentra una cruz formada en el suelo por hojas impresas con la fotografía de los fallecidos en las jornadas de protestas callejeras en los choques entre manifestantes y guarimberos y fuerzas oficiales y oficiosas del gobierno. La formaban nombres de uno y otro lado, y los de ningún lado, que solo tuvieron la mala fortuna de estar en medio. Diría de hecho, que un número significativo de ellos fue de estos últimos. A la derecha de esta improvisada cruz, una manta recogía los casquillos -creo, de los cartuchos de gases lacrimógenos lanzados en las refriegas. Parece evidente, por la cruz que se extiende al lado, que falta mucho plomo en esa selección.




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