Si estuviera
sentado a la espera de alguien en un café. Y en ese lugar fuera a
charlar durante un rato sin saber muy bien de qué, sin que tampoco
importara. Y que la espera no significase que fueran a ser unos
momentos geniales. Si mientras esperara sentado y cómodo en
comparación con una espera de pie. Y mirar fuera ver pasar la gente
y que esta fuera una forma de calma. Es probable que en ese momento
no estaría pensando en como se seleccionan y cortan las plataneras a
machete. Ni tampoco en el hecho de que, como todo, tiene una mejor
forma de hacerse. No imaginaría que de hacerlo durante el rato que
pudiera durar esa charla podrían salirme callos en las manos. Ni
pensar siquiera que el trocear los restos de la platanera podría ser
algo parecido a la calma de esa posible espera en el café. De ahí fuera me separaría una vidriera del café por la que estaría
mirando cruzarse la gente en la calle, y en la mesa un servilletero y
una cerveza fría, mientras en ese otro posible lugar, un vidrio roto
de un botellín de cerveza entre la maleza afearía el momento de la
poda a machetazos. Ese café podría encontrarse en una plaza al
atardecer, enfrentado e iluminado por los últimos rayos de sol que
perfilaran los tejados centenarios. Oculto del pleno sol por la copa
de los árboles y cada vez más iluminado por la poda de los
plátanos, ese mismo momento del sol haría sudar los últimos e
imprecisos machetazos. Miraría a unos metros entre una alambrada que
separaría un espacio abandonado junto a la parcela donde viviríamos,
después de haberla liberado de las mil especies de enredaderas,
después de haber echado los plataneros señalados como dañados o
inútiles. Y observaría que todo se vería más despejado.
Reconociendo que su menor espesura resultaría de noche desde la
casa, mucho menos amenazante. Allá en la mesa se haría de noche con
la quinta cerveza, y se verían pasar menos personas, y observaría
que las mesas contiguas se habrían vaciado.
Y como no tengo fotos de las plataneras, sin que nada tenga que ver, presento aquí el gran sapo del jardín de la casa. Uno más en la animalandia en la que se ha convertido la parcelita. Tiene el tamaño de un 45 de pie, aunque en la foto no haya referencia que lo atestigüe. Aparece por la noche y alguna vez por la tarde, y en alguna ocasión se ha visto perseguido por el chico, aunque sin saña.
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